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Una mirada teórica a las emociones

Una mirada teórica a la Educación emocional

La Educación Emocional se puede entender desde distintas perspectivas. Desde Mundo Logopedicum vamos a intentar recoger las definiciones más comunes y relevantes de los diferentes autores y profesionales importantes en la historia de la educación.

¡Esperamos que os parezca interesante!

Goleman (1995) ya alertó años atrás del tipo de sociedad que estamos construyendo. El autor afirma que vivimos inmersos en el egoísmo, la competitividad y la avaricia del sistema.

Frecuentemente, se señala que hemos olvidado valores como el altruismo, la empatía, y el sentimiento de colectividad y de justicia social. Sin embargo, otra posibilidad es que nunca nos enseñaran estos valores debidamente.

Por tanto, ya sea por la pérdida de valores, o por la falta de ser educados en ellos, es necesario hacer una revisión crítica y contrastada sobre el rol de la escuela en la educación emocional.

Para ello, en los siguientes blogs vamos a responder a las siguientes preguntas:

¿Qué significa ser inteligente emocionalmente y tener competencias emocionales? ¿Nos pueden enseñar a emocionarnos? ¿Y a ser más empáticos, compasivos y altruistas?

En la reseña de hoy nos centraremos en:

¿Qué son las emociones?

Mora (2012) define la emoción como “una reacción conductual que se produce en la persona a partir de algún estímulo, ya sea interno o externo (agradables o dolorosos), por adaptarnos y sobrevivir”. El sistema límbico de nuestro cerebro es el mayor responsable de la producción de estas conductas emocionales.

Muchos autores han intentado clasificar los distintos tipos de emociones bajo diversos criterios. Como todavía no existe un acuerdo por parte de la comunidad sobre qué clasificación es más válida, se destacan las más relevantes.

Según Damasio (1996), las emociones se clasifican en dos clases:

  • Las emociones primarias: son aquellas de carácter innato que cumplen una función biológica adaptativa (miedo, ira, sorpresa…).
  • Las emociones secundarias, o sociales: son emociones más complejas que derivan de la relación entre cognición y emoción. Requieren de la presencia de otra persona para expresarse. Algunos ejemplos son el orgullo, los celos y la envidia.

En cambio, Ekman (2004) expone que las emociones primarias o básicas son seis: el miedo, la ira, la tristeza, la alegría, el asco y la sorpresa.

 

Por otra parte, Redorta (2006) diferencia entre emociones positivas y negativas. Las emociones positivas son aquellas que contribuyen al propio bienestar. Mientras que las negativas son aquellas que impiden el propio bienestar.

A pesar de las diferentes clasificaciones, parece que existe consenso en cuanto a la temporalidad de las emociones. Como dice Malaisi (2015), “las emociones son temporales, pero su duración dependerá siempre de la idea a la que están asociadas dentro de nuestra mente”. Es decir, es posible prolongar estas emociones, ya sean positivas o negativas, a través de nuestro diálogo interno y de nuestra racionalidad, convirtiendo de esta forma las emociones en sentimientos más estables.

De hecho, se puede tener un auto diálogo sobre las emociones de uno mismo, ya sea desde la negatividad o bien desde la positividad. Consecuentemente, en función de lo que pensemos y razonemos, actuaremos de una manera más o menos beneficiosa para nosotros mismos. Por tanto, no se puede enseñar a sentir emociones, pero sí que es posible educar en el proceso de razonamiento y de interpretación de la emoción una vez ésta ha aparecido.

Mora (2012) señala dos factores a tener en cuenta para educar en el proceso de racionalización y de conciencia de las emociones:

  • Las reacciones emocionales que dan respuesta a los estímulos que recibimos se convierten en un factor clave en los procesos que conocemos como curiosidad y atención.
  • El componente emocional depende de varios factores y variables como la memoria y la adquisición de aprendizajes y de conocimientos.

Por tanto, se concluye que las emociones son reacciones conductuales que se producen en el cerebro y que, a pesar de sus posibles clasificaciones, la gestión de las emociones comporta beneficios para la persona. De hecho, varias investigaciones demuestran que existe una fuerte relación entre salud y emoción (Mora, 2012).

Para educar en esta gestión, es relevante tener presente que la forma en que se adquieren los aprendizajes, conocimientos y las experiencias vitales, marcan una pauta en el desarrollo emocional de la persona. En consecuencia, la forma es igual o más importante que el contenido.

Finalizamos esta entrada con un fragmento de Malaisi (2015), quien destaca que “es importante que nos enseñen a ser conscientes de las propias emociones, ya que son las que nos impulsan a vivir, las que nos ayudan a saber qué nos pasa, quiénes somos, que nos gusta y hacia dónde queremos ir. Las emociones son aquella fuerza necesaria para encontrar la forma de afrontar los retos”.

Si te ha parecido interesante, estate atent@ a las siguientes entradas, dónde vamos a profundizar más en la Educación Emocional, la Inteligencia Emocional y comentaremos recursos para trabajarla.

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